Una historia de un aparato
que sintió y padeció el sentimiento de nostalgia a través de la geología
Durante dos décadas
la Universidad de São Paulo tuvo como trabajador a un robot que era
especialista en reconocer la composición química de las rocas, su nombre era
Geobot, su talento no era el más sobresaliente pero derrochaba eficiencia en
sus múltiples trabajos de análisis geológicos dando informes instantáneos de la
composición de las rocas.
En una exploración hacia un campo minero en Chile,
Geobot tardo más de lo normal en la lectura de las muestras mineras y los geólogos
brasileños pensaron que algo estaba fallando mecánicamente, pero el robot lo definió
como nostalgia ya que el análisis de las rocas le había traído esta sensación rara.
Los compañeros humanos del robot no le dieron importancia a la apreciación de
Geobot.
Desde el prisma del raciocinio humano, dicha reacción en
el aparato era normal puesto que fue construido por ingenieros chilenos que le
llevaron en su primera prueba a esta explotación minera, lógicamente al volver
a este sitio sus circuitos habían detectado y comparado la muestra actual con
la que sus archivos guardaban en el historial, debido a este recuerdo, ese día
de trabajo en Chile fue tremendamente pesado y lento para Geobot que había
tenido sus primeros registros de emoción, lástima que nadie de su entorno haya
tomado interés a esta reacción.
Como todo se desecha en la Tierra, la suerte de Geobot
cambio en el momento que fue vendido a un extravagante argentino que estaba
seguro de que los adoquines del barrio porteño de San Telmo escondían un código
cifrado, según el hombre en cuestión, los adoquines estaban ordenados de manera
minuciosa según su origen geológico de tal manera que componían un mensaje que
estaba sujeto a la combinación de los tipos de rocas, por dicha teoría, Geobot paso una larga
temporada analizando los adoquines de la plaza de Dorrego acompañado de los
tangos que sonaban en el lugar.
El argentino con el tiempo se volvió toxicómano y ante
su vicio vendió a Geobot por unos
centavos a otro toxicómano gallego que surcaba los mares, este ultimo vio un
acierto en tener una maquina que en cuestión de segundos le diera el análisis del
suelo.
Después de varios reconocimientos de la estructura
mineral de las rocas del Atlántico Sur, el marinero gallego se canso del robot
y procedió a anclar su barco en Namibia, allí busco una tienda de antigüedades y
dejo a Geobot con una ínfima explicación de cuáles eran sus funcionalidades,
debido a esto el anticuario procedió a mirarlo y a estudiarlo de pies a cabeza
deduciendo que era una máquina interesante en estados óptimos que descendía al
suelo mediante un brazo metálico que finalizaba en un tubo fino cuyo sonido era
similar al taladro de los dentistas a la hora de escudriñar en la superficie y pensó que a lo mejor era un
aparato para plasmar mensajes cifrados en el suelo, así que inmediatamente lo
puso a la venta.
El tiempo que duro Geobot en el escaparate fue mínimo
ya que pronto fue adquirido por un empresario alemán que estaba construyendo unos
apartamentos en el norte de Namibia, se dedicaba a buscar piezas que dieran un ambiente
retro a sus instalaciones y pensó que la presencia del robot de utilidad desconocida
podría adornar de manera curiosa el entorno de su nueva obra arquitectónica, así
que velozmente el robot paso a formar parte de la decoración anímica del entorno
aunque sus baterías estaban a punto de acabarse.
Y ahí justamente en lo más alto de una montaña de basalto, sintió por segunda vez nostalgia, pero ahora este sentimiento estaba conectado a sus recuerdos brasileños, su reconocimiento no era descabellado puesto que el basalto era un fragmento perdido de Sudamérica en el desierto africano donde él se encontraba.
Esto nos remonta a la teoría de la deriva continental
ya que cuando África y América del Sur comenzaron a separarse y en medio se creó
el Océano Atlántico, en el Cretácico hubo una enorme erupción volcánica que
produjo la fractura. La explosión fue
tan grande que la masa de la lava basáltica cubrió una enorme extensión del sur
de Brasil y regiones aledañas de
Paraguay, Argentina, Uruguay y Namibia, dicha masa constituye la provincia ígnea
de Paraná-Etendeka. Geobot, había sentido
dicha sensación por el recuerdo del tiempo que paso con los científicos
brasileños, allí había analizado muchas veces el basalto que forma las sorprendentes
solanas de las Cataratas del Iguazú. Ese basalto es lava de aquella gran
erupción.
Sin lugar a dudas a pocos instantes de finalizar su
vida, Geobot había hecho el reconocimiento más brillante de su carrera, sus
archivos de geología en el Brasil se correspondían con grandes similitudes con
el lugar que él estaba pisando y analizando en ese momento pero lastimosamente esto no era
suficiente ya que sus registros solo le daban datos mas no una información histórica
de las rocas.
Geobot finalizo su tarea con la fuerte convicción de
que el suelo de Namibia en el que él se encontraba
dejando sus últimos esfuerzos, fue parte
en algún momento de la tierra americana que por tantos años analizo, y con esa sensación
de alegría que alimentaba el espejismo de encontrarse por fin en casa, dejo que
sus baterías murieran y con ellas su largo paso por esta tierra de humanos.
Escrito por K.Q.G
derechos reservados
Me encanto!!! genial tu escrito.
ResponderEliminarMuchas gracias Lizbeth
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